lunes, 28 de octubre de 2013

El lirio del alma. Una metáfora y un espacio.

El lirio del alma y lo no nombrado

Día gris

¿Qué nos pregunta el vago
horizonte que se viene
a nuestra melancolía
lleno de gestos mojados
-tendido fantasma que
absorbe las arboledas
y nos invierte el lirio
húmedo y solo del alma?
                                  
                                               Juan L. Ortiz, en El agua y la noche (1933)

Este espacio surgió a partir de una metáfora. Las metáforas son aquellas imágenes que están en lugar de otra cosa a partir de una similitud entre ambos elementos. En su nombre, proveniente del griego, se declara su esencia: llevar más allá. En nuestro caso, la metáfora provino de un poema de Juan L. Ortiz. El poema que leímos en aquel primer encuentro pertenece al primer poemario de este autor.
Apuntemos aquí, entonces, algunas notas de lo que hablamos acerca de esa metáfora que da nombre a este espacio: el lirio del alma. Todos coincidimos en que la expresión implica algo profundo, algo dentro nuestro: Algo que llevamos dentro. A partir de esto, pensábamos también cómo funciona la pregunta del poema. Decíamos que en esa pregunta el horizonte es venido a nuestra melancolía, es decir es traído hacia nuestra melancolía. ¿Qué será esa melancolía? ¿Por qué mirar el horizonte?
Propusimos en aquel encuentro que quizás el poema planteaba algo más sobre ese lirio del alma. Esto es, la pregunta que dentro nuestro –qué nos pregunta- el horizonte nos hace.  Por lo tanto podemos pensar que el lirio del alma es también lo que tenemos dentro de los ojos al mirar el horizonte.
Cuándo miramos el horizonte, ¿vemos solamente lo que hay allí arriba? ¿O vemos también lo que hay acá dentro?
Y, en definitiva, eso que tenemos dentro, eso que nos hace preguntas, eso que está sólo y húmedo, ¿puede ser nombrado de otra manera que no sea con una metáfora?



Trabajar los recuerdos: Espacio poético y Textotecas internas

Luego trabajamos con recuerdos nuestros. Aquí el trabajo tuvo que ver más con darles un lugar, textualizarlos (volverlos texto), poder asirlos, tenerlos sobre la mano.
Esta actividad quería hacernos pensar un poco sobre todos los textos que llevamos dentro. Esto tiene que ver con las textotecas internas. Para ver qué son estas textotecas y qué queremos hacer con ellas en este espacio, dedicaremos unos párrafos a continuación para reflexionar sobre ello.

Desde el Equipo de Mediación de lectura, entendemos estos encuentros semanales como “espacio poético” en contraposición con la idea de taller, retomando algunos de los planteos realizados por Montes y Devetach en la década pasada sobre la forma de relacionarnos con lo poético.
En este sentido, nos parece interesante hacer presentes aquí las palabras de ambas escritoras argentinas. En La construcción del camino lector (2008) dice Laura Devetach:

Cada uno de nosotros fue construyendo una textoteca interna armada con palabras, canciones, historias, dichos, poemas, piezas del imaginario individual, familiar y colectivo. Textotecas internas que se movilizan y afloran cuando se relacionan entre sí. (…) Las formas literarias no son arbitrarias, no nacen sólo por una voluntad estética de las personas que escriben, de los pueblos que escriben, nacen porque suelen ser una manera de construcción que circula y moviliza.

De esta forma, al reconocer la presencia de textos internos en cada persona, negamos la situación de taller que remite a una idea verticalista. En cambio las textotecas internas se entrecruzan de manera horizontal, y es la única condición para este entrecruzamiento el compartir un espacio. Este espacio/territorio remite a la idea de la literatura como zona de frontera, tan cara al pensamiento de Graciela Montes. En esta frontera, zona de paso entre dos territorialidades que vagamente podemos definir como “uno y otro lado” (La lectura literaria como posibilidad de “saltar al otro lado”, señala Petit a partir de los testimonios de mediación…), es donde se da nuestra construcción de refugios de sentido, de espacio poético. Es decir, de una subjetividad que se ahonda en atisbos de cuerpos (tipografías, imágenes, lomos de libros) y genera desde allí territorios de otro tiempo y espacio. En La frontera indómita (1999), Montes se ocupa de varias claves de la relación que establecemos con lo poético. Extraemos desde allí un sinuoso concepto de espacio poético:

Un territorio necesario y saludable, el único en el que nos sentimos realmente vivos, el único en el que brilla el breve rayo de sol de los versos de Quasimodo, el único donde se pueden desarrollar nuestros juegos antes de la llegada del lobo. Si ese territorio de frontera se angosta, si no podemos habitarlo, no nos queda más que la pura subjetividad y, por ende, la locura, o la mera acomodación al afuera, que es una forma de la muerte.


A partir de esta última cita, podemos hacer algunos planteos. En primer lugar, pensar que esa frontera es una zona que está en peligro. Nuestro mundo parece cada vez cerrarse más bajo una sola idea de existencia. Esta idea, la hegemónica, por momentos parece anular otras posibilidades de existencia. Sin embargo hay grietas enormes: Los humanos necesitamos construir mundos –esto es, representaciones simbólicas del mundo- para poder vivir, tanto como necesitamos amar. Por lo tanto, podemos apostar por el ensanchamiento de esa frontera.

Por eso en este espacio poético que constituimos en Barriletes, apostamos por dar lugar a lo poético, por no desdeñar nuestros recuerdos, sensaciones, anécdotas. Por no desdeñar aquella inmensa textoteca interna que llevamos dentro.
Así quedan planteadas algunas cosas importantes sobre estos encuentros. Las resumimos aquí:

-Trabajaremos con lo poético en un sentido ampliado. No nos referiremos con ese nombre solamente a la poesía, como género literario, sino a un territorio imaginario, simbólico a partir del cuál nos construimos a nosotros mismos.
-Ninguna persona viene a estos encuentros con las manos vacías. Cada persona que asiste a ellos es importante en la medida que suma sus textos para que se tramen, tejan con los de los otros. Lo cual propicia otras formas de conocer al otro.
-Aquí leeremos y escribiremos. Pero lo haremos siempre bajo la premisa del juego y la exploración.

Estar en poesía: Un cuerpo poético por leer.

Al momento de pensar este espacio, desde el Equipo proponemos leer aquí una línea poco explorada de la poesía y narrativa: Un conjunto fluvial de escritores que bordean lo cotidiano o ciertos nombres desde otros sitios.  Este conjunto es fluvial porque se encuentra unido por las costas del río Paraná . A este cuerpo poético que leeremos lo conforman una serie de escritores de los que veremos diferentes textos: Hugo Gola, Juan Manuel Alfaro, Francisco Gandolfo, Arnaldo Calveyra, Juan José Manauta, Estela Figueroa, Diana Bellesi, Alfredo Veiravé.
Los hemos agrupado en este taller por muchos motivos. Primero, porque constituyen una región que no sólo es geográfica, sino también imaginaria: Comparten un río, un campo, un pueblo, no solo en tanto espacios físico sino como espacios del lenguaje –compartir la palabra río, por ejemplo. Lo cual hace que se los pueda relacionar de diversas maneras. De todos modos esto no alcanza para explicar la presencia de algunos nombres en este grupo. Se hace necesario decir que también han sido elegidos porque constituyen un territorio poético poco leído, dados los modos tradicionales de circulación de la literatura.
Por otra parte, sus textos nos permitirán repensar lo cotidiano. Nuevamente: lo cotidiano en tanto que lugares comunes del lenguaje.
De ese cuerpo, de ese territorio, no deberemos entenderlo todo. Tan sólo debemos jugar en el bosque mientras el lobo no está. Esto implica entender a la literatura como una zona, ante todo, indómita.



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