He construido un jardín como quien
hace
los gestos correctos en el lugar
errado.
Errado, no de error, sino de lugar
otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con
la siempre
muda pero activa muerte trabajando el
corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que
tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada,
más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta
muerte
hablando en perfecto y distanciado
castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es
la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de
la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para
hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del
horror
provista de herramientas para hacer,
maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el
terror
si la belleza lo sostiene. Mira el
agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos
sin reflejo
en el espejo frente al cual, la
operatoria carece
de sentido.
Tener un jardín, es dejarse tener por
él y su
eterno movimiento de partida. Flores,
semillas y
plantas mueren para siempre o se
renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso
dulce de una
tarde de verano, para verlo
excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída
anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el
dormir
sin sueño del sujeto cuando muere,
mientras
la especie que lo contiene no cesa de
forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo
morir.
Demanda su mano que recorte y
modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los
canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín.
Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre
páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena.
Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo
llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y
no
jardín. Desenterraste mi corazón de
tu cantero.
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